Esta época que nos ha tocado vivir es algo complicada. Mi niñez fue sencilla, ando por arriba de los 50 años y aún la recuerdo con suspiros y noto las diferencias de mi niñez a la de ahora ya adulto. Y me pregunto ¿qué me gustaría cambiar de este mundo que me tocó vivir?
Tal vez me encantaría que no hubiera tanta pobreza, o quizás que la violencia familiar se extinguiera. Ojalá se llegara a encontrar la cura definitiva del cáncer y más aún, sería buenísimo que el covid-19 fuera tan solo un tema de películas de ciencia ficción.
Ni que decir que anhelo ver el día en que la carrera armamentística nuclear cese y que las corrientes con ideologías de inclusión no afectaran más, a la ya de por sí degradada humanidad. Amigo, desgraciadamente no podemos hacer nada contra lo que no podemos cambiar.
En la Biblia se cuenta que en los últimos tiempos oiremos de rumores de guerra, terremotos, hambre, injusticia, enfermedades y aberraciones y que además la ciencia y el conocimiento aumentará en gran manera y ni tu ni yo podríamos evitarlo. Pero amigo y amiga, si es cierto que esas cosas acontecerán y no las podremos cambiar, ¡hay algo que si podemos hacer! “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” Romanos 12:2
Amigo, empieza a cambiar tú mismo. Se la persona especial y diferente, ¡esa! que te gustaría toparte de frente en la acera y te salude con un linda y clara sonrisa. Y ¿cómo cambiarías? Busca de Jesús como el pez requiere del agua para vivir. Ahí es donde inicia el cambio y verás que tu mundo si cambiará.
Tu hermano en Cristo, Rainner Chinchilla.
Costa Rica.
Leí una historia de un anciano de un pueblo de Nigeria. El anciano era uno de los hombres más sabios de su pueblo y además era un próspero agricultor. Un domingo en la iglesia el hombre hizo un llamado a todas las mujeres del pueblo.
“Requiero que el miércoles estén todas las mujeres en mi casa”. Ese miércoles llegaron más de cien mujeres a su casa. El hombre les sugirió que debían caminar cinco kilómetros y medio para ayudarle a cosechar el maíz de su finca. El anciano les indicó que tomaran unas canastas que tenía preparadas para cada una, habían de diferentes tamaños. Ya de regreso al final de la recolección, algunas mujeres traían cargas muy grandes de maíz, hubo una que incluso, traía tanto que sus fuerzas no le dieron para llegar a la finca. Otras, sin embargo, tomaron canastas más pequeñas y hubo algunas que ni siquiera llegaron a la convocatoria de ese día aduciendo que tenían mucho trabajo en sus casa como para asistir. Al final de la faena, el sabio anciano las llamó a todas y les dijo que cada una podía quedarse con el maíz que había traído. Hubo mucha alegría, gritos de gozo y gratitud, pero también suspiros profundos de remordimiento. “Si tan solo hubiera sabido, habría llevado la canasta más grande”, decían algunas. Al otro día, algunas llegaron hasta la casa del anciano para rogar por una oportunidad, aun dejando todo el trabajo que decían tener en casa, pero el anciano les decía: —La oportunidad ya paso. El maíz se cosechó ayer. Por este medio bondadoso, el anciano no sólo ayudó a muchas familias necesitadas, sino que también ilustró una verdad impresionante. Amigo, hoy es el día de la oportunidad. La cosecha de almas espera ser recogida. ¿Cuán grande es la canasta que llevas?
Tu hermano en Cristo, Rainner Chinchilla.
Costa Rica